30 marzo 2018

VISTAS DEL JARDÍN DE LA VILLA MÉDICIS EN ROMA DE DIEGO VELÁZQUEZ

Entrada a la gruta (1630), D. Velázquez
Bajo este título se recogen dos obras de pequeño formato realizadas por Diego Velázquez durante su estancia en Roma y conservadas en el museo del Prado desde 1819, procedentes de las colecciones reales.

Tradicionalmente se ha pensado que representan dos rincones de la villa Médici, donde Velázquez pasó dos meses en el verano de 1629, durante su primer viaje a Italia, huyendo del calor de Roma y la incomodidad de las habitaciones del Vaticano donde había sido alojado, demasiado solitarias y alejadas de la Capilla Sixtina, aunque hoy en día se tiende a pensar que fueron realizadas durante su segundo viaje y por tanto, pintados casi veinte años después.

Durante su primera estancia en la villa, Velázquez, realizó copias de las estatuas antiguas que decoraban los jardines, de las que no nos ha llegado ninguna, como tampoco el autorretrato que se hizo a petición de su suegro Francisco Pacheco, también se sabe que realizó cuatro pinturas, de pequeño formato, en las que representó diferentes paisajes de la villa, cuatro paisillos según Jerónimo de Villanueva, quien los adquirió en 1634 para el rey Felipe IV, y de los que solo nos habrían llegado estos dos.

El pabellón de Cleopata/Ariadna (1630),
D. Velázquez
La realización de paisajes, como tema autónomo dentro de la pintura del siglo XVII, se consideraba un género menor, según la jerarquía de los géneros que imperaba en el arte academicista, ya que este debía estar acompañado de un tema mitológico, bíblico, histórico etc. que justificara la pintura. En estas obras Velázquez plasma la naturaleza sin más, los árboles, la arquitectura, la escultura y los personajes que vagan por los jardines sin ningún propósito, como simples figuras decorativas.

Otra característica poco común de estas obras es su realización, aunque se sabe que había artistas, como Claudio de Lorena, que realizaban apuntes de paisajes en sus cuadernos al aire libre, eran realmente escasos los que trabajaban directamente sus cuadros en plena naturaleza, como se sabe que hizo Velázquez con estas dos obras, en las que además parece existir la voluntad de reflejar la experiencia de un momento, la representación de la tarde y el mediodía.

Durante tiempo se pensó que serían apuntes para desarrollar posteriormente en una obra mayor, pero actualmente se cree que se trata de cuadros acabados.
Ariadna dormida (ca. 150) 
Entrada a la gruta, es un óleo sobre lienzo de 48,5 centímetros de largo por 43 de ancho, en el que se representa una serliana, un recurso arquitectónico muy usado durante el Renacimiento, que consistía en combinar un arco de medio punto central flanqueado a ambos lados por vanos adintelados, en la balaustrada una lavandera parece extender una sábana, mientras abajo dos hombres conversan junto a un busto, posiblemente del dios Hermes

El pabellón de Cleopatra/Ariadna, de 44 por 38 centímetros, representa al igual que el anterior una serliana, aunque en este caso abierta, en la que aparece una escultura de mujer yaciente que se ha querido relacionar con el vaciado en yeso que Velázquez mandó a realizar de Ariadna dormida para Felipe IV y que actualmente se encuentra también en el museo del Prado.

23 marzo 2018

LAS VANGUARDIAS HISTÓRICAS 1914-1945. CONSTRUYENDO NUEVOS MUNDOS

Disco óptico (1935), M. Duchamp

Desde el 22 de marzo hasta el próximo 17 de junio de 2018 se podrá visitar en el CaixaForum de Palma la exposición que la Obra Social la Caixa ha realizado en colaboración con el InstitutoValenciano de Arte Moderno (IVAM), Las vanguardias históricas 1914-1945. Construyendo nuevos mundos, que ofrece una relectura de las primeras décadas del siglo XX a través de una cuidada selección de obras de la colección del centro valenciano, una de las mejores sobre las vanguardias de toda Europa, junto a una selección procedente de la Colección Alfaro Hofmann.

Pequeña velada dada (1922), K. Schwitters
Así, la propuesta expositiva reúne a algunas de las primeras figuras de la escena creativa de las primeras décadas del siglo XX como Marcel Duchamp, Man Ray, Joan Miró, Joaquín Torres-García, Francis Picabia, Paul Klee, Alexander Rodchenko, Valentina Kulagina, El Lissitzky, László Moholy-Nagy, Julio González, Jean Arp, Alexander Calder o Josep Renau, entre otros.

A partir de un total de 373 piezas de esta etapa en distintas técnicas (pintura, collage, fotografía y escultura), estructuradas de forma temática y no cronológica en diez secciones, la exposición pretende exponer la base del desarrollo de la modernidad.

Las Arenas (1932), J. Renau
Esta revisión de la colección incluye un amplio número de obras centradas en visiones poéticas y oníricas, estrechamente relacionadas con los movimientos dadaístas y surrealistas. Por otro lado, un gran grupo de obras abarcan un conjunto de prácticas artísticas de orden analítico materializado en formas abstractas, situando como clara referencia a Marcel Duchamp. Estas dos líneas van acompañadas de un significativo número de creaciones vinculadas al arte de la propaganda, la crítica social y el compromiso político que tuvo en el fotomontaje un instrumento de intervención plástica de primer orden.

La muestra se completa con la proyección de diez films con títulos como Un perro andaluz (1929), de Luis Buñuel; El ballet mecánico (1924), de Fernand Léger; Tiempos modernos (1926), de Charles Chaplin, o El Acorazado Potemkin, de Sergei Eisenstein.

16 marzo 2018

36 VISTAS DEL MONTE FUJI

Todo el mundo reconoce La gran ola de Kanagawa, un grabado (ukiyo-e) realizado por el artista japonés Katsushika Hokusai, aunque no todos saben que La gran ola formaba parte de una serie de treinta y seis grabados, Treinta y seis vistas del monte Fuji, que representaban el monte Fuji, montaña considerada sagrada en Japón desde el siglo VII, desde diferentes lugares, estaciones del año y condiciones climáticas.

Hokusai empezó a realizar esta serie en 1830, cuando ya contaba con setenta años y se encontraba en el momento de mayor esplendor de su carrera.

La serie fue publicada entre los años 1830 y 1833 por Nishimura Yohachi, una de las principales editoriales de grabados en madera en aquel momento, y marcó un hito en la impresión japonesa de paisajes. La serie se hizo muy popular por lo que decidieron continuarla con otros 10 diseños nuevos, por lo que en total se compone de 46 grabados.

En ellos se representan diferentes escenas en las que el Monte Fuji es el gran protagonista, ya sea como único motivo o como un pequeño detalle en el fondo. 

1 La gran ola de kanagawa

3 Tormenta debajo de la cumbre

7 Senju, Provincia de Musashi

10 Ejiri en la provincia de Suruga

11 Croquis de la tienda Mitsui en Suruga en Edo

15 Abajo, Meguro

18 Orilla de la Bahía Tago, Ejiri en la Tokaido

22 Ciudad en río Sumida

27 Río Tama en la provincia de Musashi

31 Umegawa en la provincia de Sagami

36 Ushibori en la provincia de Hitachi

09 marzo 2018

DORA MAAR Y PABLO PICASSO

Dora Maar y Pablo Picasso
El primer encuentro entre Dora Maar y Pablo Picasso fue en el rodaje de una película de Jean Renoir, Le crime de Monsieur Lange, cuando ella trabajaba como fotógrafa de rodaje. Picasso la olvidó por completo, pero Dora Maar quedó cautivada y completamente decidida a volver a verlo.

En 1936, siguiendo los consejos de su amiga Jacqueline Lamba, esposa de André Breton, Dora buscó a Picasso en el café Les Deux Magots donde Picasso solía acudir, llamando su atención. En aquellos momentos Picasso contaba con 55 años mientras que ella tenía 29, él seguía casado con Olga Khokhlova y mantenía una relación con una joven amante Marie Thérèse Walter.

A pesar de todo empezaron una de las historias más apasionadas y destructoras dentro de la historia del arte.

Mano saliendo de una concha 
(1934) D. Maar
Maar nació en París pero creció en Argentina donde su padre, arquitecto, realizó diversos proyectos. Recibió una esmerada educación intelectual y artística, primero en pintura y posteriormente en fotografía con la que, ya en París, se uniría a los círculos surrealistas.

Era una mujer fuerte, inteligente y comprometida políticamente con los idearios de izquierda.

Su relación con Picasso no fue de igualdad, mientras que para ella el pintor lo significaba todo, él seguía viéndose con Marie Thérèse y otras mujeres. De hecho Picasso controlaba sus visitas, a excepción de en 1937 cuando el artista insistió en que se quedara en su taller para documentar con su cámara la realización de una de sus mayores obras El Guernica, para el que Maar sirvió de modelo.

En una ocasión Marie Thérèse acudió al tallerde Picasso, no le gustaba que pasase tanto tiempo con la fotógrafa y las dos mujeres empezaron a discutir, llegando a pelearse, todo delante de Picasso que llegó a decir que aquel había sido uno de sus más preciados recuerdos.

Femme qui pleure (1937),
P. Picasso
De esta época son también una serie de cuadros dedicados a Dora donde aparece llorando, la mujer que llora, era el principio del final de su relación.

En 1943 conocería a Françoise Gilot, Dora no lo soportaría. Acabó ingresada en un hospital psiquiátrico donde recibió electroshocks y abrazó la religión católica. Se trasladó a un piso en el centro de París y se encerró junto a 130 obras de Picasso, que mantuvo hasta su muerte en 1997, sin apenas visitas, según ella necesitaba construir un halo de misterio entorno a mi, porque todavía soy demasiado conocida como la mujer de Pablo.

02 marzo 2018

LA VENUS DE MILO

En 1820 Yórgos Kendrotás, un campesino de la isla griega de Melos (también conocida como Milo), en el mar Egeo, encontró semienterrada una estatua rota en dos pedazos.

Recogió una de las mitades, que guardó en el establo de su casa, y dejó la otra mitad, que pesaba unos 900 kilos, en el mismo lugar donde la había encontrado. Su intención era venderla por lo que se puso en contacto con un clérigo ortodoxo mientras, según algunos historiadores, se la ofrecía también a los turcos.

Finalmente quien la consiguió fue un oficial francés, Jules Dumont D'Urville, con la ayuda del marqués de Rivière, cónsul francés en Constantinopla.

En ese momento Grecia estaba inmersa en las últimas etapas de la guerra para conseguir la independencia del Imperio Otomano, del que formaba parte, lo que dificultó la salida de la estatua. A pesar de ello, ese mismo año, se consiguió trasladarla a Francia, siendo presentada al rey Luis XVIII como un regalo, que al año siguiente la cedió al museo del Louvre donde, desde ese momento, se encuentra expuesta.

La estatua representaba a la diosa Afrodita, Venus para los romanos, nacida de la espuma del mar fecundada por los genitales de Urano, Afrodita Urania diosa del amor, o de la relación entre Zeus y Dione, Afrodita Pandemos diosa del placer sexual.

Fue esculpida en mármol de Paros entre los años 130 A.C. y 100 A.C., siguiendo las características propias de la escultura del período helenístico, y en varios bloques, trabajados individualmente y unidos para conformar una única pieza de más de dos metros de altura.

Afrodita de Capua (copia romana)
Su autor, de quien desconocemos el nombre aunque se ha querido atribuir a Agesandro de Antioquía por la inscripción en un pedestal encontrado cerca de donde se halló la Venus, se inspiró, seguramente, en la Afrodita de Capua una escultura realizada por Lisipo en el siglo IV A.C.

Desde su llegada a Francia la escultura gozó de una gran popularidad debido sobretodo a la propaganda política, ya que unos años antes, en 1815, el gobierno francés había tenido que devolver a Italia la Venus de Médici, una escultura expoliada por Napoleón Bonaparte.

Uno de los rasgos más destacados de la escultura es la falta de sus dos brazos, que ha dado lugar a una gran cantidad de teorías.

Según algunos historiadores al lado de la estatua también se encontraron fragmentos de un antebrazo y una mano que sostenía una manzana, según otros, la estatua se encontraba completa, pero al intentar sacarla de la isla hubo un enfrentamiento con los turcos con lo que la estatua cayó al suelo y perdió sus brazos.

Posible reconstrucción
El caso es que el gobierno turco siempre ha considerado la venta y salida de la Venus de Grecia ilegal, debido a que se encontraba en suelo turco, y ha pedido su devolución en reiteradas ocasiones.

En cuanto a la posición de los brazos la teoría más extendida es que con uno de ellos intentaba sujetarse la resbaladiza túnica, mientras que con el otro sostenía una manzana, en referencia al juicio de Paris, además de ser símbolo de la isla de Melos.