25 mayo 2018

CLARA PEETERS

Posible autorretrato de Clara Peeteres (hacia 1610)
Clara Peeters fue una de las pocas mujeres pintoras activas en Europa durante el siglo XVII, una época en la que los prejuicios sociales hacían que las mujeres se encontraran con grandes dificultades para poder desarrollar una carrera profesional.

No se sabe mucho sobre su vida y la poca información que tenemos procede de las obras que pintó entre los años 1607, fecha en la que encontramos su primer cuadro firmado, y 1621, año en la que aparece su última obra fechada.

De la escasa producción conocida de Peeters, unas cuarenta obras, sólo once tienen la fecha de su realización, lo que hace muy difícil poder saber si estos son los únicos años en los que trabajó o su carrera se extendió en años posteriores.

Tampoco conocemos su fecha de nacimiento, pero por el primero de
Bodegón con copas de cristal (1607)
sus cuadros que conocemos, realizado en 1607, en el que se aprecia un estilo propio de una etapa de aprendizaje, los historiadores han podido fechar su nacimiento en torno a los años 1588-1590 en la ciudad de Amberes, o por lo menos en esta ciudad sería donde realizó gran parte de su obra.

En un documento de 1635 se describe un cuadro como banquete de dulces pintado en 1608 por una mujer, Claer Pieters, de Amberes. A parte de esto, pintaba sobre madera de roble con el sello del gremio de los madereros de Amberes y en algunas de sus obras aparecen representados cuchillos de plata en los que también aparece el sello de la ciudad de Amberes.

Su obra debió gozar de cierto prestigio y difusión, ya que en el siglo XVII algunos de sus cuadros aparecen documentados en grandes colecciones, como la del marqués de Leganés, al que Rubens describió como uno de los grandes conocedores y coleccionistas de arte de su época, o la del rey Felipe IV, en 1666 dos de sus obras aparecen documentadas en las colecciones reales.

Mesa (1611)
Debido a las limitaciones impuestas a las mujeres artistas, Clara Peeters no pudo estudiar anatomía humana, normalmente se pintaban modelos desnudos, por lo que se tuvo que dedicar a un género que en la época se consideraba menor, los bodegones.

En ellos podemos ver el retrato de las costumbres, los gustos y la cotidianeidad de la alta sociedad de su época. Sus bodegones aparecen repletos de manjares como los peces de agua dulce, las alcachofas, procedentes de África y consideradas afrodisíacas, o las aves de caza, exclusivas de la nobleza, que se acompañan de objetos lujosos como las porcelanas chinas, las copas de cristal veneciano y los saleros de plata, la sal era un bien escaso y preciado.

Meticulosa en el detalle, Peeters incluyó pequeños autorretratos en miniatura reflejados en las copas, jarras o candelabros de algunos de sus bodegones, como una manera de reafirmarse como pintora y mostrar su habilidad y maestría. También aparece su nombre grabado en varios cuchillos de plata, los comensales de la época solían llevar sus propios cuchillos a los banquetes, no había tenedores, y solían incluirse entre los regalos de boda.
Bodegón con cangrejo, camarones y langosta

En 2016 Clara Peeters se convirtió en la primera mujer artista a la que el museo del Prado dedicó una exposición.

18 mayo 2018

SONRISAS EN EL RIJKSMUSEUM

Una de las obras más conocidas dentro del mundo del arte es la Mona Lisa, de la que todo el mundo destaca su sonrisa. No era muy normal que las personas retratadas sonriesen, sobretodo debido a la precariedad de los cuidados odontológicos de la época, y una sonrisa podía mostrar el mal estado de los dientes y encías.

En el arte las grandes sonrisas solían estar reservadas a las representaciones de borrachos o perturbados y difícilmente las podríamos encontrar en los retratos de la realeza o grandes dignatarios.

Pero el año pasado el diseñador británico Olly Gibbs se paseó por el Rijksmuseum de Amserdam con su móvil y FaceApp, una aplicación para móviles que puede agregar una sonrisa en la cara de cualquier persona que no sonríe, cambiando las sombrías pinturas y esculturas.








11 mayo 2018

RETABLO DE SAN PABLO DE PERE MARÇOL

Lapidación de San Esteban
El retablo de San Pablo es uno de los pocos ejemplos de retablo gótico que se conservan completo y en el mismo lugar para el que fue destinado, la capilla titular del Palacio Episcopal, un espacio que hoy en día forma parte del Museo Diocesano de Mallorca.

Está compuesto por una tabla central en la que se representa al apóstol de cuerpo entero, mirando al frente, sosteniendo un libro abierto con las palabras egovas elecci onis sancte Paule apostole predi cator v eritatis in universo mundo y la espada de su martirio. A los pies del apóstol y representado de rodillas y en un tamaño mucho menor, como símbolo de respeto y humildad, aparece la figura del Obispo de Galiana que ocupó la sede episcopal de Mallorca entre los años 1363 y 1375.

La identificación del obispo como Antoni de Galiana fue posible gracias a la representación de su escudo de armas, que se repite hasta seis veces, en la parte superior del retablo.

En las calles laterales, divididos en cuatro compartimentos, se representan escenas narrativas que hacen referencia a los principales episodios de su vida y leyenda. La lapidación de San Esteban, a la que San Pablo asistió antes de su conversión, la caída del caballo en el camino de Damasco, que supuso su conversión, la predicación y el martirio por decapitación.

En la predela, continua, se representa como imagen central al Varón de Dolores flanqueado por San Antonio, la Virgen, San Juan y San Jaime. Mientras que en la parte superior se representa la Crucifixión en el centro y a cada lado a los protagonistas de la Anunciación, San Gabriel y la Virgen.

El autor del retablo fue conocido durante años como maestro del Obispo de Galiana, nombre dado por Josep Gudiol y apoyado por C.R. Post, en referencia a esta obra, la más importante que pintó, ya que se desconocía el nombre del pintor que lo realizó. Aunque desde 1992, y a partir de los trabajos de G. Llompart se le ha identificado como Pere Marçol, pintor activo en la isla entre los años 1362 y 1410.

04 mayo 2018

GALA Y DALÍ

El verdadero nombre de Gala era Helena Ivanova Diakonova. En 1916, con 19 años, se trasladó a Suiza para ser internada en un sanatorio debido a la tuberculosis que padecía, allí coincidió con un joven poeta de apenas 18 años, Paul Éluard, con quien se casaría al año siguiente en París y con el que un año más tarde, en 1918, tendría a su única hija, Cécile.

El matrimonio con Éluard era de total libertad, Gala comenzó a mantener relaciones con diferentes hombres, entre ellos Max Ernst, al igual que su marido tenía sus propias amantes.
Leda Atómica (1949)
Éluard la introdujo en el mundo de la bohemia y las vanguardias, formando parte, como musa de algunos artistas, del surrealismo, aunque posteriormente André Breton, ideólogo de este movimiento, la despreció.

En 1929 el matrimonio junto a un grupo de amigos, entre los que se encontraba Magritte, viajó a Cadaqués donde, a instancias de su marido, fueron a visitar a un joven artista cuya obra había admirado en una muestra en París.

Dalí, que en aquel momento contaba con 25 años, diez menos que Gala, quedó completamente fascinado de aquella mujer y cinco años después se casaron en una ceremonia civil.

Gala pasó inmediatamente a convertirse en el centro de su mundo, se convirtió en su musa, a la que retrató en innumerables obras, Leda atómica, La madonna de Port Lligat... su agente y quien le dio una disciplina de trabajo que el artista, desorganizado y genial, nunca había tenido.

Gala de espaldas mirando un
espejo invisible
(1960)
Al igual que en su matrimonio con Éluard, Gala empezó a verse con otros hombres, cada vez más jóvenes y fue alejándose de Dalí, que la seguía idolatrando.

A finales de los años 60 el distanciamiento entre la pareja se hizo más patente, en 1968 Dalí le regaló el castillo de Púbol, Girona, al que Gala se trasladó y en el que viviría con diferentes amantes a los que ya no se preocupaba de esconder y a los que colmaba de carísimos regalos, si Dalí quería visitarla tenía que pedir permiso por escrito.

Gala falleció el 10 de junio de 1982, siendo enterrada en una cripta del castillo al que Dalí se trasladó para estar más cerca de su amada, sumiéndose en una profunda depresión y muriendo en 1989.