EL MUSEO DEL PRADO




Hace 194 años abría por primera vez sus puertas el Museo Nacional del Prado.

Vista del Real Museo (1824), V. Camarón y Torra
Fue el 19 de octubre de 1819, dos días después de la fecha prevista originalmente, ya que ni el anuncio que se debía publicar en La Gaceta de Madrid ni la orden del capitán general para el envío del piquete que debía custodiar el edificio llegaron a tiempo. No hubo ningún tipo de acto oficial, Fernando VII ni siquiera asistió y el acontecimiento pasó prácticamente desapercibido.

Permaneció abierto al gran público durante una semana, aunque en un horario reducido, solo podía visitarse por las mañanas de nueve a doce. Posteriormente abrió únicamente los miércoles, el resto de la semana solo se permitía la entrada a copistas, estudiosos o visitantes con acreditación.

La idea de crear el Real Museo de Pinturas y Esculturas, que poco después pasaría a denominarse Museo Nacional de Pintura y Escultura, se debió a la reina María Isabel de Braganza, segunda esposa de Fernando VII, aunque la idea de una pinacoteca había surgido con anterioridad. El primero en considerar el proyecto fue el rey Fernando VI en 1757, pero tras su muerte, su hermano y heredero al trono, Carlos III, desechó la idea y en su lugar decidió crear un museo dedicado a las ciencias naturales, el Real Gabinete de Historia Natural, para el que decidió construir un nuevo edificio en el Salón del Prado, ya que el Palacio de Goyeneche donde se ubicó la colección en un primer momento se había quedado pequeño.

La reina M. Isabel de Braganza como fundadora del Prado (1829),
B. López Piquer
El rey encargó el proyecto a Juan de Villanueva, uno de sus arquitectos predilectos y el ganador del concurso que se realizó para escoger el diseño del edificio, del que toma su nombre Edificio Villanueva del Museo del Prado. La construcción se inició en 1785, siguiendo el estilo neoclásico y se utilizaron piedra blanca, granito y ladrillo. La planta fue diseñada a partir de un cuerpo central, de planta rectangular terminado en ábside, con dos galerías alargadas, originalmente con dos plantas, que acaban en dos pabellones cuadrados.

Planta Museo del Prado
Tras la muerte del rey, las obras continuaron bajo el auspicio de su hijo, Carlos IV, que a diferencia de su padre se planteó retomar la idea de Fernando VI y convertir el futuro edificio en una pinacoteca. El proyecto pero, no pudo llevarse a cabo debido a la situación económica y a la invasión de las tropas napoleónicas en 1808 que llevaron a la abdicación del rey en su hijo, el futuro Fernando VII.

Tras la invasión francesa y con el rey retenido y sin poder efectivo en Bayona, España pasó a estar bajo el dominio directo de Napoleón que impuso a su hermano José como rey.

El edificio de Villanueva, prácticamente acabado, fue ocupado por las tropas napoleónicas. Los soldados franceses lo utilizaron como cuartel de caballería, arrancando los emplomados de las cubiertas para utilizarlos en la fabricación de balas, dejando el edificio en pésimas condiciones.

El reinado de José I, breve y débil, siguió las políticas napoleónicas nacionalizando los bienes artísticos que pertenecían a la monarquía, nobleza e Iglesia, ahora era el pueblo el propietario del arte y el merecedor de su disfrute. Por ello el 20 de diciembre de 1809 dictó un decreto por el que se establecía la fundación en Madrid de un museo de pinturas destinado a acoger las obras más representativas de las escuelas pictóricas españolas, el museo Josefino, tomando como modelo el museo Napoleón de París

Desde principios de 1810 Frédéric Quilliet, director de los monumentos de España, se encargó de reunir en Madrid pinturas y objetos de arte confiscados de los diferentes conventos, iglesias y palacios reales. Las obras se depositaron en el palacio de Buenavista, escogido como futura sede del museo, pero la precaria situación política y económica impidió que se llevaran acabo las obras necesarias para su adecuación como galería, por lo que el palacio se convirtió en simple depósito de cuadros y otros objetos hasta 1813, tras la huida de José Bonaparte, en la que la Academia de San Fernando recibió la misión de recuperar e inventariar las obras de arte reunidas en los depósitos y devolverlas a las iglesias y conventos a las que pertenecían, mientras que las obras de propiedad real volvieron a los palacios.

La invasión francesa trajo consigo el expolio de gran cantidad de obras de arte españolas, las tropas napoleónicas aprovecharon la evacuación para saquear Madrid, principalmente obras de arte por parte de los oficiales. José Bonaparte en su huida se llevó consigo un importante botín en cuadros y joyas, una parte de los cuales fue recuperado por el duque de Wellington, que recibió algunas de las obras como agradecimiento, mientras que gran parte de las que quedaron en poder de Bonaparte se vendieron en Estados Unidos. Otras obras se habían enviado directamente a París, como regalo a Napoleón y muchas otras simplemente fueron vendidas o desaparecieron.

Tras el regreso de Fernando VII a España la Academia de Bellas Artes le transmitió su idea de crear una galería de pinturas con las obras almacenadas por las tropas francesas en el mismo lugar que se había pensado para el museo Josefino, el palacio de Buenavista. El rey concedió el permiso y se empezó la creación del museo Fernandino pero la Academia se encontró con varios problemas que hicieron el proyecto inviable, muchas de las obras ya habían sido devueltas a sus propietarios y el palacio fue reclamado como parte de los bienes secuestrados a Godoy. A pesar de todo la Academia no renunció a la idea del museo Fernandino.

En 1815 regresaron a España algunas de las obras expoliadas por los franceses, a pesar de la resistencia del gobierno francés, gracias al Tratado de París por el cual las naciones invadidas por Napoleón recuperaron las riquezas artísticas de las que habían sido desposeídas.

El 3 de marzo de 1818 La Gaceta de Madrid hizo pública la decisión de Fernando VII de restaurar, de su propio bolsillo, el edificio proyectado por el arquitecto Juan de Villanueva en el paseo del Prado. Tras esta decisión estaba el deseo de su esposa, la reina María Isabel de Braganza, que hacía también realidad el deseo de la Academia de Bellas Artes.

El día de su inauguración el museo poseía mil quinientos treinta y un cuadros, procedentes básicamente de las colecciones reales, de los que se exponían trecientos once. Con el tiempo el museo fue creciendo mediante legados, donaciones, compras e incorporaciones de otros museos (museo de la Trinidad en 1872 y el museo de Arte Moderno en 1971), haciendo del museo del Prado una de las mayores pinacotecas del mundo.

Paredes del museo