Belén napolitano de Antonovich (León), siglo XVIII |
En
la Nochebuena de 1223 en una cueva cerca de la ermita de Greccio en
Italia, San Francisco de Asís celebró una misa en la que se
representó el nacimiento de Cristo.
San
Francisco, que había conseguido una dispensa del papa Honorio III,
dieciséis años antes Inocencio III había condenado algunas
representaciones en los lugares de culto debido a las fiestas de los locos, se basó en las descripciones del Evangelio de San Lucas
y los Evangelios Apócrifos, así
como en las palabras del profeta Isaías, conoce el buey a
su dueño, y el asno el pesebre de su amo (Is.
1,3) para la representación del nacimiento, que se llevó a cabo
mediante un pesebre vacío (símbolo del niño que ha de nacer) junto
con una mula y un buey vivos, otorgando al conjunto una imagen de
pobreza que se adaptaba perfectamente al mensaje franciscano.
Gruta del Greccio (Italia) |
La
representación del nacimiento se convirtió en una tradición en los
monasterios de las órdenes franciscanas en época navideña,
ayudando a su difusión mediante la expansión de las órdenes por
toda Europa. Sobretodo a través de las monjas clarisas que
propagaron la costumbre de colocar al niño Jesús en la cuna
adornado con ricos vestidos bordados.
Pero
no fue hasta 1330, en la basílica de Santa Clara de Nápoles, que se
instaló por primera vez lo que podemos considerar un verdadero belén
mediante figuras realizadas en barro, dando un nuevo significado a
una iconografía que ya se representaba desde época paleocristiana.
Empezamos
a encontrar representaciones de la natividad y la adoración de los Reyes Magos, variando su número debido a que aún no se había
establecido su canon, a partir del siglo III en las paredes de varias
catacumbas, y a partir del Edicto de Milán (313), con la libertad de
culto, su uso se extendió, utilizándose en la ornamentación de
sarcófagos y en la decoración de algunas iglesias.
Catacumbas de Sta. Príscila (Italia) siglo III y ábside de Sta. María de Tahull (Lleida), 1123 |
A
partir del siglo XIII aparecieron algunos nacimientos trabajados en
piedra, formados por estatuas independientes agrupadas para formar
una escena, aunque aún mantenían un tamaño monumental. Entre estos
destaca el trabajo realizado por Arnolfo di Cambio, que
esculpió en 1283 un conjunto de estatuas en mármol blanco para la
basílica de Santa María la Mayor de Roma.
Arnolfo di Cambio, Sta. María la Mayor (Roma), 1283 |
La
tradición del belén se asentó en los siglos posteriores, tomando
un importante impulso en el siglo XVI, tras el Concilio de Trento
(1545-1563) en el que se estableció el uso de las imágenes como
instrumento de propaganda al servicio de la fe, realizándose figuras
de gran expresividad y realismo, acercándolas a los creyentes, y
empezándose a sentir la influencia de los belenes napolitanos,
mediante la representación de escenas cotidianas de la época.
Nápoles
contaba con una importante tradición en la creación de figuras,
pero es a partir del siglo XVIII que empezó lo que podríamos
denominar la edad de oro del belén napolitano, recibiendo un
importante impulso durante el reinado de Carlos VII (1734-1759),
quien posteriormente reinaría en España como Carlos III
(1759-1788). Durante su reinado, Nápoles pasó de ser parte de un
virreinato bajo dominio español a ser la capital de un reino y una
de las ciudades artísticamente más brillantes de Europa.
El
monarca empezó la costumbre de montar su propio belén en palacio
durante las navidades, permitiendo que el pueblo pudiese visitarlo,
esta tradición fue imitada por la aristocracia y la burguesía dando
paso a la proliferación del belén y de importantes imagineros que
se instalaron en la ciudad.
En
esta época las figuras adquirieron una serie de características
propias, tenían unas dimensiones de unos 35 a 45 cm de altura,
formadas a partir de un cuerpo de alambre forrado de estopa, las
cabezas estaban hechas de terracota policromada con los ojos de
cristal y las extremidades se realizaban con madera también
policromada y con vestimentas que imitaban tanto la moda como las
telas de la época.
Los
belenes pasaron a estar formados por un gran número de figuras con
las que se representan diferentes escenas, que respondían a unas
reglas precisas. En un primer plano y en el lugar más alto, se
situaba la natividad, que constaba de la sagrada familia, el buey y
la mula, acompañados de una corte de ángeles y en un rincón
aparecía siempre la figura de un demonio. En una primera época se
ubicaban en una gruta, pero tras el descubrimiento de las ruinas de
Pompeya (1748) y Herculano (1738) se cambió por un templo romano en
ruinas.
Natividad, museo del Divino Infante (Italia), siglo XVIII |
En
el otro extremo se situaba el núcleo urbano, lleno de escenas
populares en la que destacaba la posada, en alusión al pasaje
bíblico en el que San José y la Virgen pedían cobijo, pero en el
belén napolitano no se representaba de esta manera, sino que servía
como un medio para la representación de banquetes y escenas
costumbristas de la época. Junto a esta se ubicaban también el
mercado, la fuente y diferentes construcciones arquitectónicas que
seguían el estilo de las calles napolitanas, incluyendo escenas de
la vida cotidiana.
Escena de la posada, museo de escultura de Valladolid, siglo XVIII |
El
resultado era un conjunto de gran monumentalidad donde adquiría
mayor importancia la representación de lo mundano que la temática
religiosa, reflejando la exuberancia y la grandilocuencia del barroco
italiano.