Retrato de Miguel Ángel, M. Venusti (1535) |
En
aquellos momentos Miguel Ángel contaba con apenas veintiún años,
pero ya había conseguido una notable reputación como escultor
trabajando para los Médicis.
La
había esculpido por entretenimiento, siguiendo los cánones de la
escultura de la antigüedad clásica, debido a que una de las
doctrinas artísticas del Renacimiento era la creencia de que los
mejores modelos para la práctica escultórica se encontraban en la
antigüedad.
Según
relata Condivi, biógrafo de Miguel Ángel, durante una de las
visitas de Lorenzo di Pierfrancesco de Médici, mecenas de
Botticelli, al taller del artista, con el que había trabado amistad
y al que había encargado una escultura representando un pequeño San
Juan Bautista (hoy también
perdido), pudo contemplar el pequeño Cupido y al verlo le comentó,
si consiguieras darle un aspecto tal que pareciera haber
estado enterrado mucho tiempo, yo podría mandarlo a Roma, donde lo
tomarían por antiguo y podrías venderlo mucho mejor.
Eros en reposo (siglo II - III A.C.) |
Durante
el Renacimiento se volvió la vista hacia la antigüedad clásica,
sobretodo en escultura. La élite cultural poseía colecciones de
esculturas clásicas que eran muy demandadas y se pagaban mucho mejor
que las esculturas realizadas en la época.
Al
parecer Miguel Ángel siguió el consejo de Lorenzo di Pierfrancesco
ya que poco tiempo después la escultura fue vendida en Roma por un
anticuario, Baldassare del Milanese, como un hallazgo arqueológico
al cardenal Riario, sobrino del papa Sixto IV, por 200 ducados, de
los que a Miguel Ángel sólo le llegaron 30.
Algunos
historiadores relatan que cuando Miguel Ángel supo del engaño,
indignado, decidió marchar a Roma y reclamar lo que era suyo. Otros,
en cambio, apuntan que fue el propio Cardenal quien se dio cuenta de
la falsedad de la obra, pero fascinado con la maestría de Miguel
Ángel le pagó 30 ducados y lo invitó a viajar a Roma.
Verdad
o anécdota, Miguel Ángel llegó a Roma el 25 de junio de 1496.
El
Cupido durmiente fue comprado, en 1502, por César Borgia y
posteriormente fue entregado como presente a Isabel de Este. En 1542
aparece documentado en un inventario de la ciudad de Mantua,
perdiéndose finalmente su rastro en 1632, cuando fue enviado a
Carlos I de Inglaterra.