EGIPTOMANÍA

Durante la edad Moderna, Europa, a través del Renacimiento, había redescubierto la antigüedad greco romana, pero Egipto, en manos del imperio Turco Otomano, había sido un territorio prácticamente vedado para los europeos, por lo que la civilización egipcia permaneció olvidada.

Grabado Description de L'Egypte (1823)
Hasta que en 1798 Napoleón Bonaparte desembarcó en Alejandría seguido de un ejercito y un grupo de científicos, matemáticos, ingenieros, dibujantes... la Comisión de las ciencias y las artes del ejército de Oriente, que durante dos años recorrieron el país realizando trabajos de ingeniería y urbanismo y explorando, estudiando y dibujando inscripciones de ruinas y monumentos.

Toda esta información se publicó a partir de 1809 en la Description de L'Egypte, formada por 20 tomos que contenían grabados en color y que durante décadas se convirtió en un referente para el estudio de la civilización egipcia, a la vez que desató una enorme curiosidad, que continuó con la llegada de la piedra de Rosetta y el afán de los lingüistas por descifrar los jeroglíficos.

Este redescubrimiento llevó a que hubiera una gran demanda de antigüedades, pinturas, grabados, o simplemente, cualquier objeto procedente del Valle del Nilo.

En esta época Egipto estaba gobernado por Mehmet Alí, quien había conseguido prácticamente independizarse de un imperio Otomano en decadencia y buscaba la modernización del país.

Para conseguirlo buscó como aliados a las grandes potencias europeas, especialmente Francia y Reino Unido, que desembarcaron en Egipto buscando la debilitación del imperio Otomano, un camino para las colonias del sureste asiático y obtener la mayor cantidad de antigüedades posible.
Drovetti y sus "conseguidores" A. Forbin (1819)
Los cónsules británico, Henry Salt, y francés, Bernardino Drovetti, intentaron conseguir el mayor número de antigüedades egipcias posible para venderlas a los museos y coleccionistas privados de toda Europa, lo que los llevó a innumerables enfrentamientos, conocidos como la guerra de los cónsules y que, según un anticuario que visitó Egipto, acabó con la división de Egipto en dos. Todos los monumentos al este del río Nilo serían de los franceses, mientras que los del oeste pertenecerían a los británicos.

De esta época proceden las grandes colecciones del museo Británico, el museo egipcio de Turín o el museo del Louvre, ya que la ley egipcia de 1806 permitía la salida de antigüedades mientras estas no fueran dañadas.
Erección del obelisco en 1836, Cayrac (1837)
Por otra parte Mehmet Alí agasajaba a los gobernantes de las potencias aliadas con el envío de esculturas y obeliscos, como el enviado al rey Carlos X de Francia, hoy en la plaza de la Concordia.

El primer intento de salvaguardar el patrimonio egipcio fue en 1858 con la creación de una Dirección de Excavaciones, posteriormente Servicio de Antigüedades Egipcias y el museo de Bulaq, origen del museo egipcio de El Cairo, por parte del egiptólogo francés Auguste Mariette, que se dedicaría a conceder permisos, controlar las excavaciones y perseguir a los saqueadores.

D. Vivant-Denon (1802)
Aunque Mehmet Said, hijo de Mehmet Alí, seguía considerando las piezas como propias y daba parte de la colección como presente a los visitantes de alto rango.

No fue hasta noviembre de 1881 que se creó una ley por la que todo resto arqueológico que se encontrase pertenecería al estado egipcio, estableciéndose multas y penas de prisión para los saqueadores. Aunque a través de la ley de reparto se crearían lotes que se repartirían entre Egipto y el país que había realizado la excavación. Posteriormente, en 1912, esta ley se endureció teniendo Egipto la opción de quedarse con las piezas que considerase de valor para el país.

A pesar de ello algunas expediciones conseguían burlar o engañar a las autoridades y extraer importantes piezas del país, como el busto de Nefertiti.

En 1922 se produjo otro rebrote de egiptomanía con el descubrimiento de la tumba del faraón Tutankamón. Aunque poco antes del hallazgo se había publicado una ley por la cual si se encontraba una tumba no expoliada, su contenido se quedaría íntegramente en Egipto.

Carter y su equipo intentaron por todos los medios demostrar que la tumba había sido saqueada en la antigüedad, pero el gobierno egipcio decidió, por primera vez, que todos los objetos encontrados, de valor o no, debían permanecer en el país.

No fue hasta 1940 que se prohibió totalmente la salida de ningún objeto arqueológico.