En
la Nochebuena de 1734 un devastador incendio redujo a cenizas el
Alcázar de Madrid, un antiguo castillo medieval que la dinastía de
los Austria había convertido en su residencia y sede del gobierno
desde 1561.
El Alcázar a finales del siglo XVI |
El
edificio, construido sobre una fortaleza musulmana del siglo XI,
estaba situado en el mismo solar donde hoy se alza el Palacio Real de Oriente.
A
lo largo de los siglos fue constantemente ampliado y remodelado,
convirtiéndose en un edificio formado por una extraña mezcla de
estilos.
Bajo
el reinado de los Trastámara se convirtió en un castillo medieval
de torres tubulares y empinados chapiteles de pizarra. Carlos I
realizó la primera gran ampliación en 1537, creando los patios
del Rey y la Reina y una nueva fachada que integraba el escudo
imperial entre dos torres medievales.
Felipe II lo convirtió en palacio real al designar Madrid como capital del
reino, construyendo la famosa Torre Dorada y decorando los techos con
pinturas al fresco y las paredes con una de las mejores colecciones
de pintura y tapices del mundo. En 1636, durante el reinado de Felipe IV, se realizó una nueva fachada, buscando la unidad y armonía del
edificio.
La
última reforma se realizó bajo el reinado de Felipe V, primer
monarca de la dinastía Borbón, que remodeló la decoración
interior al gusto francés.
El Alcázar en 1710 |
Aún
hoy no se sabe con seguridad cual fue el origen y las circunstancias
del incendio, aunque todo apunta que se originó en los aposentos del
pintor de corte Jean Ranc, que murió
seis meses después sumido en una fuerte depresión.
Carlos V en Mühlberg (1548), Tiziano |
Según
el relato de Félix de Salabert, marqués de Torrecillas, realizado
días después del incendio, un grupo de mozos de palacio se
emborracharon y decidieron encender una chimenea, prendiendo por
accidente uno de los cortinajes de la estancia, el fuego se extendió
a los muebles y a los armazones y artesonados de madera, propagándose
rápidamente al resto del edificio.
La
voz de alarma se dio a las doce y cuarto de la noche, cuando unos
soldados de guardia vieron las llamaradas, y a pesar de que los
campanarios tocaron a fuego sólo acudieron los frailes del cercano
convento de San Gil, ya que la gente pensó que llamaban a maitines.
Cuando
se dieron cuenta del incendio, la población acudió a ayudar, pero
por miedo a los saqueos no se permitió abrir las puertas del
Alcázar, permitiendo la entrada sólo a los cortesanos y religiosos y decidiendo salvar primero todos los objetos religiosos de la capilla
y el dinero, oro y joyas de la familia real, que esa noche no se
encontraba en el palacio.
A
continuación se intentó salvar el mayor número de cuadros, aunque
no fue una tarea fácil debido al tamaño de algunas de las obras, a
su ubicación en diferentes alturas y al hecho de que algunos estaban
encastrados directamente en las paredes. Cuadros
como Las Meninas de Velázquez o el retrato de Carlos V en Mühlberg de Tiziano se
salvaron al ser arrancados de sus marcos y lanzados por una ventana.
Pero
a pesar
de los esfuerzos se perdieron gran cantidad de obras, se
calcula que unas quinientas, entre ellas el retrato favorito de
Felipe IV que le pintó Rubens y varias obras de Velázquez como La
expulsión de los moriscos. También
se perdieron las
colecciones americanas que incluían las piezas ofrecidas a la Corona
por los conquistadores, documentos del Archivo de Indias, las Bulas
pontificias y demás papeles de estado.
Copia conservada en los Uffizi del Retrato ecuestre de Felipe IV (1734) Rubens |
Tras
cuatro días ardiendo el edificio quedó completamente en ruinas, lo
poco que quedó en pie se demolió y se empezó la construcción de
un nuevo palacio, encargado al arquitecto italiano Filippo Juvara y
siguiendo los gustos de Felipe V.