Las pinturas murales de la Conquista de Mallorca, formadas por un conjunto de tres amplios paneles de frescos de casi cinco metros de ancho y más de metro y medio de alto, forman parte de un ciclo narrativo en el que se narra la conquista de Mallorca por Jaime I el Conquistador en 1229.
Siguen la narración de los hechos detallados en las crónicas medievales de el Llibre dels feits o Crónica de Jaime I (1213-1276) y de la Crónica de Bernat Desclot o Llibre del rei en Pere e dels seus antecessors passats (1283-1288).
Aparecen representados tres episodios muy concretos, las Cortes de Barcelona, la Batalla de Porto Pi y el Campamento Real con el asalto a la ciudad de Mallorca. También aparecen representados los principales personajes que participaron, como el rei Jaime I, Guillermo II de Montcada i Bearn o el obispo Berenguer de Palou.
Fueron descubiertas en 1961 en la antigua casa señorial de la familia Caldes en la calle de Montcada, Barcelona, que más tarde fue conocido como palacio Aguilar, mientras se realizaban las obras de restauración para su acondicionamiento como sede del Museo Picasso.
Las pinturas se encontraban en una sala cercana al patio central del palacio, cubiertas al igual que el artesonado de madera policromado, por una gran capa de mortero que les produjo grandes daños, ya que para que el yeso se aferrara a las paredes se picó sobre las pinturas perdiendo gran parte de las representaciones.
Tras su descubrimiento fueron arrancadas de las paredes del palacio y trasladas a tela para su conservación, hoy en día se encuentran en las salas del gótico del Museu d'Art Nacional de Catalunya.
Las pinturas se realizaron siguiendo el estilo del gótico lineal entre los años 1285 y 1290 por un pintor, del que desconocemos el nombre pero que fue bautizado como Maestro de la Conquista de Mallorca por los historiadores del arte Alomar Esteve, Rosselló Bordoy y Sánchez Cuenca como forma de agrupar un conjunto de obras dispersas y simultáneas tanto en Barcelona como en Mallorca.
Las representaciones pictóricas de crónicas militares o hechos épicos que adornaban los palacios y casas de las familias adineradas fueron numerosas a lo largo del siglo XIII, aunque son muy pocas las que han llegado hasta nuestros días, sobretodo en comparación con las pinturas religiosas.